sábado, 15 de junio de 2013

El presidente Piñera

Sebastián se tumbó en la cama matrimonial, aún sin deshacer, e intentó alcanzar el control remoto de la mesita de noche, cosa que al parecer no podía lograr sin moverse unos centímetros hacia la izquierda. Lo intentó moviéndose aún más a la derecha, pero al parecer, quedaba mas lejos aún del control remoto. Finalmente, rendido, se sentó sobre la cama, e intentando moverse lo menos posible hacia aquel lado, a duras penas logró agarrar el control, aún así derribando un remedio que estaba sobre el velador. Volvió a tumbarse en la cama, agotado, y mirando con cierta desazón el lado izquierdo al que se había acercado, y prendió la televisión.
 El debate había partido ya hace algunos minutos, pero Longueira estaba ya explicando cómo la poca competencia empresarial había sido culpa de los gobiernos de la Concertación, y Allamand estaba de acuerdo. Desde luego, Sebastián parecía también conforme. El no había hecho nada malo… le había tocado un país difícil, después de que durante veinte años había sido Chile propiedad de la Concertación. Ahora era propiedad suya, desde luego…
-         ¿Qué ves, Sebita?- preguntó Cecilia, acercándose a la habitación.
-         Este… las primarias, digo… el debate para las primarias.
-         ¿Y qué tal?- inquirió ella, acercándose. Sebastián se quedó unos instantes mirando el televisor, como analizando a ambos candidatos.
-         La verdad es que harto fome. Dicen lo mismo, y no se contradicen en nada. ¿Cómo van a saber que Longueira es una mierda si es que Allamand y él dicen exactamente lo mismo?- Cecilia lo miró circunspecta.
-         No sé si es tan malo…
-         Es UDI. Eso ya lo hace ser un retrógrada. – replicó el político.
-         En el gabinete hay bastantes UDI. – refutó la primera dama.
-         Porque no me queda otra. Está esa vieja de la Matthei, por ejemplo. ¿Qué sabe ella de política? Lo único que hace es andar tirando garabatos…
-         Tatán... yo… - Cecilia parecía algo enfadada, pero se decidió por sentarse a su lado, al lado izquierdo de la cama.
-         ¿Por qué no te pones al otro lado?- inquirió Sebastián.
-         Ay, Sebita, acá es tan cómodo. ¿Qué te importa?
-         Es que… bueno, yo… a veces, no siempre lo cómodo es lo mejor. Venga, ponte aquí a mi derecha.
-         ¿Cuál es la diferencia?
-         Es que me tapas la tele.
-         Están dando comerciales.
-         Bueno, en todo caso, tú eres mi mujer, y el hombre manda.
-         ¿De dónde sacaste esa huevada?
-         De que Dios hizo a la mujer de mi costilla, por lo que eres propiedad mía. – Cecilia alzó las cejas. - ¿Sabes cómo se le dice a una mujer que perdió el 80% de su inteligencia?
-         Cállate, Tatán.
-         ¡Viuda!- exclamó el presidente, aún sin poder aguantar la risa. Y rojo, como ahogándose en sus carcajadas, repitió entre risitas. - ¡Viuda, Cecilia! Se…le dice…viuda.
-         Cállate.
-         ¿Sabes cómo aumentar el espacio a una mujer?
-         Quizá llevándote a la guillotina.
-         Agrandando la cocina… - respondió él, pareciendo querer estallar de la risa. Se reía a carcajadas, en contraste con la expresión exasperada de Cecilia Morel. De pronto, cayó en cuenta de que ella seguía sentada donde mismo que antes.
-         ¿Por qué sigues ahí?- inquirió, calmándose un poco.
-         ¿Ahí donde?
-         En el lado izquierdo.
-         Estoy sentada al lado tuyo.
-         Sí, pero yo estoy a la derecha. No te pongas tan a la izquierda.
-         Estás obsesionado.
-         ¡No, pero no soportaría estar casada con una comunista!
-         ¡Nadie es comunista en esta casa, y recién estabas pelando a la UDI!
-         Es que… bueno, la UDI es retrógrada.
-         Púdrete. – respondió ella, levantándose de la cama. Iba a salir de la habitación, cuando terminaron los comerciales.
-         ¡Que volvió el debate!- chilló Sebatián.
-         Puedo verlo desde la casa de mi mamá, no te preocupes.
-         No volvamos a empezar, Ceci.
-         ¿Quién e el huevón que andaba contando chistes machistas?
-         Ay, por favor… - replicó éste, pero ya era tarde. Su mujer había salido de la habitación, y probablemente en unos minutos más estaría conduciendo las calles de San Damián, rumbo a la casa de los suegros del presidente.

 Sonó el teléfono. Sebastián esperó que fuese su mujer, arrepentida de sus pecados, pero se encontró con una sorpresa mejor.
-         ¿Aló, Ximena?
-         Tatán… -respondió la voz de Ximena Rincón. Parecía sonar algo sensual.
-         ¿Qué pasa? Me peleé con la Ceci
-         Me alegro. – respondió ella.
-         ¿Qué te alegras?- se extrañó el presidente, pero tardó poco en atar cabos, y no le importó que sea DC.
-         Voy camino a tu casa…
Eso, bien. ¿A ti no te importan los chistes machistas?