Sebastián se tumbó en la cama matrimonial, aún sin deshacer,
e intentó alcanzar el control remoto de la mesita de noche, cosa que al parecer
no podía lograr sin moverse unos centímetros hacia la izquierda. Lo intentó
moviéndose aún más a la derecha, pero al parecer, quedaba mas lejos aún del
control remoto. Finalmente, rendido, se sentó sobre la cama, e intentando
moverse lo menos posible hacia aquel lado, a duras penas logró agarrar el
control, aún así derribando un remedio que estaba sobre el velador. Volvió a
tumbarse en la cama, agotado, y mirando con cierta desazón el lado izquierdo al
que se había acercado, y prendió la televisión.
El debate había
partido ya hace algunos minutos, pero Longueira estaba ya explicando cómo la poca
competencia empresarial había sido culpa de los gobiernos de la Concertación , y
Allamand estaba de acuerdo. Desde luego, Sebastián parecía también conforme. El
no había hecho nada malo… le había tocado un país difícil, después de que
durante veinte años había sido Chile propiedad de la Concertación. Ahora
era propiedad suya, desde luego…
-
¿Qué ves, Sebita?- preguntó Cecilia, acercándose a la
habitación.
-
Este… las primarias, digo… el debate para las
primarias.
-
¿Y qué tal?- inquirió ella, acercándose. Sebastián se
quedó unos instantes mirando el televisor, como analizando a ambos candidatos.
-
La verdad es que harto fome. Dicen lo mismo, y no se
contradicen en nada. ¿Cómo van a saber que Longueira es una mierda si es que
Allamand y él dicen exactamente lo mismo?- Cecilia lo miró circunspecta.
-
No sé si es tan malo…
-
Es UDI. Eso ya lo hace ser un retrógrada. – replicó el
político.
-
En el gabinete hay bastantes UDI. – refutó la primera
dama.
-
Porque no me queda otra. Está esa vieja de la Matthei , por ejemplo. ¿Qué
sabe ella de política? Lo único que hace es andar tirando garabatos…
-
Tatán... yo… - Cecilia parecía algo enfadada, pero se
decidió por sentarse a su lado, al lado izquierdo de la cama.
-
¿Por qué no te pones al otro lado?- inquirió Sebastián.
-
Ay, Sebita, acá es tan cómodo. ¿Qué te importa?
-
Es que… bueno, yo… a veces, no siempre lo cómodo es lo
mejor. Venga, ponte aquí a mi derecha.
-
¿Cuál es la diferencia?
-
Es que me tapas la tele.
-
Están dando comerciales.
-
Bueno, en todo caso, tú eres mi mujer, y el hombre
manda.
-
¿De dónde sacaste esa huevada?
-
De que Dios hizo a la mujer de mi costilla, por lo que
eres propiedad mía. – Cecilia alzó las cejas. - ¿Sabes cómo se le dice a una
mujer que perdió el 80% de su inteligencia?
-
Cállate, Tatán.
-
¡Viuda!- exclamó el presidente, aún sin poder aguantar
la risa. Y rojo, como ahogándose en sus carcajadas, repitió entre risitas. - ¡Viuda,
Cecilia! Se…le dice…viuda.
-
Cállate.
-
¿Sabes cómo aumentar el espacio a una mujer?
-
Quizá llevándote a la guillotina.
-
Agrandando la cocina… - respondió él, pareciendo querer
estallar de la risa. Se reía a carcajadas, en contraste con la expresión
exasperada de Cecilia Morel. De pronto, cayó en cuenta de que ella seguía
sentada donde mismo que antes.
-
¿Por qué sigues ahí?- inquirió, calmándose un poco.
-
¿Ahí donde?
-
En el lado izquierdo.
-
Estoy sentada al lado tuyo.
-
Sí, pero yo estoy a la derecha. No te pongas tan a la
izquierda.
-
Estás obsesionado.
-
¡No, pero no soportaría estar casada con una comunista!
-
¡Nadie es comunista en esta casa, y recién estabas
pelando a la UDI !
-
Es que… bueno, la UDI es retrógrada.
-
Púdrete. – respondió ella, levantándose de la cama. Iba
a salir de la habitación, cuando terminaron los comerciales.
-
¡Que volvió el debate!- chilló Sebatián.
-
Puedo verlo desde la casa de mi mamá, no te preocupes.
-
No volvamos a empezar, Ceci.
-
¿Quién e el huevón que andaba contando chistes
machistas?
-
Ay, por favor… - replicó éste, pero ya era tarde. Su
mujer había salido de la habitación, y probablemente en unos minutos más estaría
conduciendo las calles de San Damián, rumbo a la casa de los suegros del
presidente.
Sonó el teléfono.
Sebastián esperó que fuese su mujer, arrepentida de sus pecados, pero se
encontró con una sorpresa mejor.
-
¿Aló, Ximena?
-
Tatán… -respondió la voz de Ximena Rincón. Parecía
sonar algo sensual.
-
¿Qué pasa? Me peleé con la Ceci …
-
Me alegro. – respondió ella.
-
¿Qué te alegras?- se extrañó el presidente, pero tardó
poco en atar cabos, y no le importó que sea DC.
-
Voy camino a tu casa…
Eso, bien. ¿A ti no te importan los chistes machistas?